José Orellano mecánico de aviones IA-58 Pucará en Puerto Argentino durante la guerra de Malvinas. Aseguró que si pudiera elegir
volvería a luchar por su país.
Cuando José Orellano llegó a Puerto Argentino, ubicado en
la costa este de isla Soledad, ya habían pasado tres días de la recuperación
de las Islas Malvinas, el 2 de abril de 1982. Orellano era suboficial y
mecánico de aviones IA-58 Pucará de la Fuerza Aérea Argentina (FAA). Su misión
no era combatir, sino prestar servicio técnico, pero en una guerra las
divisiones de tareas se difuminan al punto de desaparecer.Del 5 de abril al 1º
de mayo, todo fue preparativos. "Hicimos los pozos de zorro para ubicar
nuestro material para los aviones, los explosivos, los repuestos, todo.
Trabajábamos mañana, tarde y noche hasta que empezó el combate. Ahí recibíamos
ataques las 24 horas. De día venían de los aviones británicos, y de noche eran
cañoneos navales. El aeropuerto parecía un panal de abejas de tantos
agujeros", remarcó.
"Perdí a muchos compañeros, varios fueron heridos y
ocho murieron. El 1º de mayo, tenía que trasladarme con mi grupo a Darwin, pero
me enfermé y me ordenaron internarme. Estaba en la cama y recuerdo que empecé a
sentir explosiones que sacudían la tierra. Entonces miré a un señor que estaba
al lado mío y le dije: 'Están bombardeando el aeropuerto'. Abrí la ventana y vi
el fulgor del fuego consumiendo todo, sentí terror. Pasaron 15 minutos y
avisaron que llegaban helicópteros con heridos de Darwin. Muchos eran mis
compañeros", contó afligido.
Todo el malestar físico, la fiebre y los dolores
desaparecieron en un shock de adrenalina. "Me puse a trabajar con los
enfermeros y los ayudé a curar a los heridos durante tres días. Dos fallecieron
en la sala de cirugía. A los que sobrevivieron había que llevarlos al baño,
limpiarlos, curarles las heridas y sacarles las esquirlas que tenían clavadas
en la piel", recordó.
Subof. VGM José Orellano mecánico de IA-58 Pucará durante la Guerra de Malvinas
|
Antes de irse del hospital y regresar al aeropuerto buscó a
sus dos compañeros muertos que estaban atrás del hospital. "Quería darles
sepultura. Le pedí ayuda a cinco soldados conscriptos y los cargamos en una
ambulancia, junto a dos muertos más. Los enterramos en el cementerio",
agregó Orellano.
Durante su estadía en el aeropuerto, los soldados cavaron
sus pozos de zorro para resguardarse, eran sus pequeñas casas. "Yo tenía
dos, uno donde dormía y otro en mi lugar de trabajo, en ese me cubría cuando
nos bombardeaban. Mi pozo tenía 1,5 metros de profundidad. Había una plataforma
que era una pista de aterrizaje desmontable que la había llevado la FAA, eso
funcionaba como techo. Entrábamos agachados y podíamos estar en cuclillas o
acostados", relató.
"Tratábamos de estar juntos y rezábamos todo el tiempo.
Creo que de tanto pedirle a Dios que nos cuide logré salir con vida de ahí.
Nuestras raciones diarias eran una sopa, una carne, galletitas, una tableta de
chocolate, un jugo de naranja y unas pastillas de alcohol para calentar esa
comida. Conseguíamos unas botellitas de Ginebra, yo guardaba un poco de jugo
para mezclarlos porque no me gusta sola, sentarnos una hora a tomar eso, era el
único momento en el que nos transportábamos a otro lugar", manifestó.
A pesar de sufrir las secuelas del trauma que produce estar
en una guerra, Orellano se siente orgulloso de todo lo que vivió, no cambiaría
su historia y si pudiera elegir volvería a luchar por su Patria. "A lo
mejor sufrí mucho, pero creo que debe ser lo normal, porque nunca me preparé
para matar a nadie. Me parece que la guerra no tiene que existir, pero estoy
orgulloso de ser un ex combatiente, de haber defendido a la Patria, de la
familia que tengo y sobre todo de ser argentino", concluyó.
No hay comentarios :
Publicar un comentario