Pelear y cocinar en Malvinas: el testimonio soldados que lucharon junto al único cocinero muerto en la guerra
Suboficial principal cocinero Edgardo Ochoa, caído en combate |
Farías recuerda ese diálogo premonitorio porque la suerte no acompañó a Ochoa. "Él estaba a cargo del rancho de tropa, lo recuerdo cocinando o haciendo el mate cocido en esas ollas gigantes siempre entre nosotros, un par de días antes lo llamaron para una comisión, tenía que cocinar en otro lugar cerca de la salida de Puerto Argentino, la que daba al aeropuerto. Cuando comenzó el bombardeo, lo envían a cubrirse al mismo pozo donde estaba Aguilar, donde cayó la bomba que les quitó la vida a ambos. Si se quedaba en el lugar asignado no habría perdido la vida. Tenía razón, la suerte le jugó una mala pasada", sentencia el veterano de Mercedes.
Fernando Ferrero, con sus amigos recuerdan : que fue a la guerra sabiendo cocinar lo básico, y todo lo aprendió de Ochoa, “un padrazo”. Hasta le indicó cómo usar la cuchilla mocha sin riesgo a cortarse. “Con su disciplina, el hombre la tenía clara, era muy didáctico”.
Y para Daniel Michalkow, el del apellido ruso polaco, todo lo que aprendió de Ochoa le sirvió para implementarlo en la vida cotidiana. Y dice que fueron tan precisas las indicaciones del sargento ayudante que los soldados desarrollaban las tareas en forma muy coordinada y no necesitaban órdenes ni indicaciones.
Trabajaban en condiciones adversas. “La ‘morocha’, la cocina de campaña, fue nuestra compañía en las islas, fue por la que nos preocupábamos y vivíamos con ella”, dice Tolosa. Cocinaban a leña, escasa, que luego se reemplazó por turba, de bajo poder calórico. A alguien se le ocurrió incluir gas oil, y todos terminaron con el rostro oscuro del combustible quemado, por la densa humareda que desprendía, y que el agua y jabón no podía quitar. Solo se les distinguía el blanco de los ojos y los dientes, recuerdan. Recién de regreso al continente se pudieron lavar. “Pero la cocina nunca dejó de funcionar”, aclaran orgullosos. Hasta aún como prisioneros en el aeropuerto se las arreglaron para hacer un guiso con fideos y con pedazos de carne congelada que cortaban con las tapas de las latas de paté.
¨La Morocha¨ la cocina de campaña del Ejército Argentino en Malvinas, funcionaban a gas envasado y también podía funcionar con leña. Algunos embarques de leña fueron enviados vía aérea. |
Burgos casi tuvo pie de trinchera. Tenía los dedos amarillos y violetas, producto de trabajar en ese pisadero de barro y agua helada que se colaba por los borceguíes. Onetto recuerda que siempre tuvieron el mismo par de medias y los mismos calzoncillos.
Pitrau describió que todos los días era “levantarse temprano, trabajar y trabajar”. De madrugada, en un Land Rover iban a un galpón en Moody Brook a buscar víveres, “y siempre nos daban menos. A la mañana preparábamos mate cocido, al mediodía guiso, a la tarde otro mate y a la noche nuevamente guiso. Y luego, de cada comida, debíamos lavar la cocina. Era una intensa labor que no tenía descanso. Llegó el momento en que las provisiones empezaron a escasear y se daba una sola comida”, se lamentó Burgos.
Con la comida lista, se largaban al campo a abastecer a los soldados de la Compañía A, a la Comando y a los del Regimiento 1 de Patricios. Muchas veces salían sin saber que se había declarado una alerta roja. Había que rogar que no comenzara un tiroteo, porque debían volverse con la comida.
Una triste despedida
El sargento ayudante insistía que no regresaría vivo al continente. “Como su hubiese tenido una premonición”, concuerdan sus viejos soldados. “Pero nosotros éramos chicos -dice Tolosa- no sabíamos qué decirle”.
Lo trasladaron al puesto comando del regimiento. Ese 12 de junio se despidió de sus soldados, como intuyendo el final. Lo abrazó con fuerza a Burgos, luego de mostrarle la foto de su familia. “Nos saludó de una forma que nunca olvidaré”
Las últimas horas de los suboficiales Eusebio Aguilar, Eber Ochoa y el soldado Marcelo Planes, murieron cuando la guerra en Malvinas ya finalizaba.
Tramo de una de las cartas que el suboficial Edgardo Ocho le envió a su madre. |
"Entre el 11 y el 14 de junio casi ni dormimos. A veces te vencía el sueño en el pozo de zorro, a pesar del frío, el agua a media pierna y quedamos dormido sobre una tabla", recuerda el veterano de guerra Julio Aro.
El lunes 14, el pozo estaba más poblado porque el repliegue empujó las tropas hacia Puerto Argentino. "Entre los que llegaron estaban los suboficiales Aguilar y Ochoa, que se atrincheraban a cinco metros de donde estaba yo", cuenta Aro. El bombardeo fue intenso hasta que se escuchó una explosión bien fuerte y muy cerca. Después Julio supo que había sido la última bomba que escuchó en la guerra, de hecho, fue la última que cayó sobre Puerto Argentino. Pero Aguilar y Ochoa no se enteraron porque murieron por el impacto de las esquirlas.
Julio Aro, que evitó la muerte por estar resguardado en el "pozo", quedó marcado para siempre. Años más tarde se prometió volver a Malvinas a identificar los cuerpos de los soldados, lo que concretó después en la Misión Humanitaria que la Argentina y Gran Bretaña encargaron a la Cruz Roja Internacional, con un minucioso trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, que identificó a 115 de los 123 cuerpos sepultados en Darwin.
"Sepultar a Ochoa y a Aguilar fue lo más fuerte que me pasó y me cambió para siempre", señala Aro.
Ese día, casi a la misma hora que caía la última bomba en el pueblo, en la península de Camber, a 10 kilómetros de Puerto Argentino, unos 115 hombres en la Batería B -Independencia, del Grupo de Artillería de Defensa Aérea, estaban a la espera de un nuevo bombardeo. "De repente cayó una lluvia de bombas, varios salimos despedidos, cuando aturdido levanté la vista busqué a Marcelo y lo encontré tendido, ya no iba a levantarse más", relata Néstor Moltrasio compañero de Planes, caído en el bombardeo.
"Marcelo era soldado clase 1963, falleció el 14 de junio de 1982, a las 10.45 de la mañana, faltando cuatro horas para que se rindiera la Argentina", recuerda Federico, su padre.
El gesto que engrandece a Planes
"Esa mañana nos levantamos bien temprano, preparamos el desayuno necesitábamos tomar algo caliente para sacarnos un poco el frío del cuerpo", relató Néstor Moltrasio el año pasado en su cuenta de Facebook luego de conocer a Federico, el padre de Marcelo, en la Fundación No me Olvides, cuando decidieron llamar al Jardín Municipal Nº14 del Barrio Hipódromo de Mar del Plata, "Soldado Marcelo Gustavo Planes", en su honor. "De repente dan alerta roja por ataque aéreo. Rápidamente nos fuimos a meter en nuestro pozo, al entrar nos percatamos que faltaba uno de nosotros, era Marcelo. Me asomo y empiezo a gritar para llamarlo. Ya ni siquiera podía escuchar mis propios gritos".
"Por suerte a los pocos minutos Marcelo aparece detrás de un cerco pidiendo a los gritos que salgamos del pozo. Había visto a un abuelo en ataque de pánico y quiso que le ayudemos. Estaba sentado sobre un banco de madera, era un viejito de pelo y barba totalmente blanca, el rostro con mil arrugas. Sin decirnos nada, los cuatro lo rodeamos y abrazamos para que se sintiera protegido. No nos importó que él no hablara nuestro idioma o que no hablara con Dios como lo hacíamos nosotros o que quizás nos odiara por llevarle la guerra frente a su propia casa. Nada de eso importaba porque en ese instante él era nuestro abuelo, lo único que queríamos era protegerlo y que se sintiera seguro. Cuando terminó el bombardeo, el abuelito se fue caminando despacio hacia su hogar, levanta su brazo y hace un gesto tierno con su mano como un saludo y agradecimiento por nuestra ayuda. Volteo la vista y observo a Marcelo con una sonrisa en su rostro. Sentí un fuerte orgullo que sea mi compañero. En ese instante se convirtió en mi héroe".
Veteranos de guerra compañeros del suboficial Ochoa junto a una cocina de campaña con la que pasaron la guerra noche y día |
Si bien todas las muertes en una guerra podrían evitarse, estas últimas bajas, junto a la de Claudio Romero, compañero de Planes que cayó horas antes y los soldados Eleodoro Monzón, Roberto Leyes y Sergio Robledo, que perdieron la vida en la colina Sapper Hill, porque el escuadrón al que pertenecían no pudo enterarse del cese al fuego y continuaron batallando, bien podrían considerarse como evitables.Simplemente porque la guerra, de hecho, ya había culminado unas horas antes.Al igual que Aguilar, Ochoa y Planes forman parte del grupo de héroes argentinos que dejaron sus vidas al final del conflicto armado.
Los restos de Ochoa -que en una carta escrita desde las islas le decía a su madre que había ido “como buen argentino y militar que soy”- descansan en la tumba 8 de la primera hilera del cementerio de Darwin. La cruz de su primera sepultura, con la flor de tela que le pusieron los británicos, se exhibe en el Museo de Oliva junto con su uniforme, sus cartas y fotografías. Por ley 24950, fue declarado, como tantos otros, “héroe nacional” y los familiares recibieron la medalla La Nación Argentina al muerto en combate.
Monumento al suboficial ayudante Edgardo Ochoa levantado en Oliva Córdoba |
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