Por Andrés Gómez de la Torre Rotta
Un análisis en perspectiva histórica de la colaboración
brindada a la Argentina por el gobierno de Fernando Belaúnde Terry en el
conflicto del Atlántico Sur.
La participación peruana durante el conflicto por las islas
Malvinas en 1982 entre la Argentina y el Reino Unido merece ser analizada desde
una perspectiva histórica.
Son tres los ejes indispensables para analizar y desbrozar
la postura y los lineamientos asumidos por el gobierno del Perú de aquel
momento, ante la existencia de una imprevista guerra geográficamente cercana.
Anotamos que el país estaba conducido entonces por el gobierno constitucional
del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, perteneciente al tradicional partido
centrista Acción Popular.
En los años 70, primaban en la Región las dictaduras
militares donde existían complejas herencias de conflictos territoriales
irresueltos. Evidentes eran los cabos sueltos en la poco clara definición
jurídica de algunas de las fronteras. Un ejemplo de ello fue la guerra entre
Ecuador y Perú de 1941, tras la cual ambos tuvieron la posibilidad de elegir un
país garante en la firma del Protocolo de Paz, Amistad y Límites de Río de
Janeiro de 1942 que puso fin al conflicto, además de los garantes principales:
EE. UU. y Brasil, por sus posiciones de hegemón hemisférico y subcontinental,
respectivamente. Ecuador mostró simpatía y propensión por Chile, en tanto que
Perú hizo lo propio con Argentina.
Pilotos de combate peruanos y argentinos, en septiembre de 1981, en la IV Brigada Aérea, Mendoza, Argentina. |
La década del 70 estuvo plagada de situaciones de tensión,
como la crisis del canal de Beagle en 1978; la inminente efemérides del centenario
de la guerra del Pacífico que enfrentó a Perú y Bolivia contra Chile
(1879-1881); los reclamos bolivianos de salida al mar por el océano Pacífico y
el desconocimiento ecuatoriano de un tramo de la frontera con Perú.
Esa fue la moneda corriente de las relaciones
internacionales intrarregionales, con el agravante de que la expansión de
gobiernos militares produjo un fuerte aumento del gasto militar sudamericano.
En los inicios de la crisis del Beagle, en 1978, hubo una
intensa interacción y contacto entre los cancilleres del Perú, José de la
Puente y Rabdill, y de la Argentina, César Guzzetti, quienes habrían analizando
la posibilidad de su "trilateralización" en el contexto de una
escalada con consecuencias bélicas bilaterales argentino-chilenas.
Eran tiempos en los que los gobiernos militares abundaban en
el vecindario: Videla en Argentina, Pinochet en Chile, Bánzer en Bolivia,
Morales Bermúdez en Perú y Alfredo Poveda presidiendo la Junta Militar en
Ecuador. Todo ello, en pleno auge de las doctrinas de seguridad nacional. Hubo
al respecto mucha "diplomacia militar" en la trama, con ministros de
Relaciones Exteriores procedentes de las FF. AA., como en Chile y Argentina, y
una creciente actividad de espionaje recíproco e intercambios de información,
agravada por las notorias y masivas compras de armas, además de una figura como
la del entonces embajador argentino en Lima, el almirante Luis Sánchez Moreno.
La diplomacia de Belaúnde
Presidente peruano Fernándo Belaúnde Terry |
En abril de 1982, el mandatario peruano Fernando Belaúnde
Terry asumió un papel protagónico, dada su cercanía con EE. UU., y articuló una
diplomacia presidencial que incluyó una interlocución válida con Washington
para esos tiempos de guerra. Belaúnde había hecho su carrera en la Universidad
de Texas y se exilió en Argentina y EE. UU. luego de haberse producido el golpe
de Estado de 1968, que puso fin a su primer gobierno (1963-1968).
Fue un demócrata típico de la era de la Alianza para el
Progreso de Kennedy, un "liberal", según el léxico norteamericano,
que pretendía estrechar relaciones con EE. UU. Pese a su distancia de los
halcones hard line republicanos de la era Reagan y del neoliberalismo
conservador de Margaret Thatcher, Belaúnde se convertiría en una
"bisagra" respecto de los actores involucrados en 1982.
Sus esfuerzos durante las conversaciones con el secretario
de Estado, Alexander Haig, deben ser entendidos en el contexto de la búsqueda
de una salida que fuera lo más realista y lo menos costosa posible para la
Argentina.
Lo paradójico fue que Belaúnde, un político civil neto,
conversara con militares de línea dura, como Haig y Galtieri, ubicados en sus
antípodas. Lo cierto es que Perú habría seguido jugando un rol activo muy
importante en un hipotético escenario de posconflicto, con separación de ambas
fuerzas militares en Malvinas y un régimen de administración temporal. También
fue importante e intensa la labor desplegada por la Cancillería peruana ante la
OEA en Washington para apuntalar las gestiones multilaterales llevadas a cabo
por el canciller argentino Nicanor Costa Méndez.
El secretario de Estado Alexander Haig de EE.UU. (izq.) y el canciller argentino Nicanor Costa Mendez (derecha) |
Nunca fue secreta la existencia de estrechas relaciones
institucionales en el nivel militar entre las tres ramas castrenses del Perú y
la Argentina, especialmente en las décadas del 60 y del 70. Ambos países
coincidieron y estandarizaron sus proveedores militares y sus políticas de
adquisición de armas.
También influyó la coincidencia de los intensos contactos
interpersonales, producto, entre otros aspectos, de la existencia de muchos
oficiales peruanos graduados en centros de formación militar de Argentina. Con
anterioridad, a fines de los años 70, hubo contactos permanentes entre los
jefes de ambos ejércitos, particularmente entre Pedro Richter Prada y Leopoldo
Galtieri.
Nunca fue secreta la existencia de estrechas relaciones
institucionales en el nivel militar entre las tres ramas castrenses del Perú y
la Argentina.
Más intensa aún fue la cercanía entre los máximos jerarcas
de la Fuerza Aérea: el general Dante Poggi visitó Buenos Aires en 1977 y, con
posterioridad, el general Hernán Boluarte visitó Buenos Aires y labró una
óptima relación con su par Omar Rubens Graffigna.
En setiembre de 1981, luego del breve incidente militar
peruano-ecuatoriano en la frontera bilateral, aviones A-37B Dragonfly del Grupo
7 de la Fuerza Aérea Peruana (FAP) que participaron en ese conflicto se
desplazaron a la IV Brigada Aérea de Mendoza para realizar ejercicios de
recarga aérea con aviones KC-130 y ejercicios de combate disimilares con A-4
Skyhawk. Podemos hacer una doble lectura de este acontecimiento, pues la Fuerza
Aéra Chilena disponía, como la FAP, de una cantidad apreciable de A-37 y había
interés argentino en conocer detalles de tal aeronave.
El aporte peruano
Iniciado el conflicto de Malvinas en abril de 1982, hubo
solicitudes y requerimientos específicos desde Buenos Aires para atender las
demandas logísticas de Argentina. Figuras centrales de estos aprestos serían por
la parte peruana el ministro de Aeronáutica, general José Gagliardi, y el Jefe
de la FAP, Hernán Boluarte.
El apoyo y adhesión del Presidente Belaúnde a tales
necesidades fue total y sin titubeos. Los mandos aéreos peruanos analizarían la
situación al detalle y solo establecerían dos cortapisas para su apoyo: no
transferir el abundante material soviético, en concreto los aviones de combate
Sukhoi, para no hacer visible y en extremo evidente la participación peruana en
las operaciones militares.
Se decidió, como más realista y discreta, la opción de
enviar los Mirage 5 y sus sistemas de armas, como misiles Nord AS-30
aire-superficie. Todo indica que habrían sido diez aviones de la flota de 32
existentes en el Grupo 6 de Chiclayo, al norte de Lima.
La figura fundamental en la etapa de transferencia de los
aviones fue el mayor Aurelio Crovetto Yáñez, quien lideró el recibimiento del
silente vuelo de los aviones en la ruta La Joya-Jujuy-Tandil por espacio aéreo
de Bolivia. Crovetto se quedaría en Argentina hasta finalizado el conflicto,
como una suerte de apoyo técnico a sus pares de la Fuerza Aérea.
Sin embargo, el apoyo peruano no se circunscribió solo a lo
apenas descripto. Los aviones de transporte peruanos DC-8 realizarían vuelos
Lima-Tel Aviv-Lima-Buenos Aires para trasladar material necesario ante la
urgencia que ameritaba la situación, en tanto que otros equipos fueron
trasladados de forma directa desde Perú por aviones Hércules, en un contexto en
que este país también sufriría algunos efectos militares de su toma de
posición.
De hecho, en 1982, un embarque de misiles Exocet MM-38,
destinado a las corbetas peruanas PR-72, fue extraña e inusualmente
"retenido", pero no embargado, en puertos franceses, debido a la
suspicacia subyacente de que podría ser "tercerizado" a la Armada
Argentina.
Resumir la participación del Perú en el conflicto de 1982
significa adentrarnos en aspectos y lazos históricos que existen desde la
independencia entre ambas naciones. Un dato basta para ilustrarlo: el
Libertador José de San Martín fue el creador, el 8 de octubre de 1821, de la Marina
de Guerra del Perú. Un noble y patricio ciudadano de nacionalidad argentina,
Roque Sáenz Peña, peleó del lado del Ejército del Perú en la Guerra del
Pacífico contra Chile (1879-1883).
Sin embargo, la lógica que rodea la posición peruana en la
guerra de 1982 no solamente está impregnada de esa condición histórica y
emotiva de solidaridad latinoamericana, pues tiene otras características y
aristas colaterales, no menos importantes y desdeñables, entre ellas la
especial situación geopolítica, estratégica, política y militar existente por
esos tiempos en el área subregional andina, y de sus conflictos de poder a
partir de la competencia entre gobiernos militares. Es decir, todo ello se dio
en el contexto de la disputa por el equilibrio de fuerzas y la supremacía en
nuestro subcontinente.
*El autor es investigador peruano, especialista en
Seguridad, Defensa e Inteligencia. La versión original de esta nota fue
publicada en la revista DEF N.° 120
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