El sargento primero Mateo Antonio Sbert cayó cubriendo a sus
compañeros, en el enfrentamiento con marines británicos en Top Malo House. Con
su identificación, ya son 102 los soldados que recuperaron sus nombres en el
marco del Plan Proyecto Humanitario.
Mateo Sbert había nacido en San Pedro, provincia de Buenos
Aires, tenía 33 años, tres hijos y una esposa, Yurhema Elisa Sibona, que lo
había despedido con amor y la promesa de volver, solo ocho días antes de que
cayera cubriendo a sus compañeros.
La noche del 28 de mayo los comandos habían recibido la
orden adentrarse 40 kilómetros delante de la primera línea de batalla argentina
para informar sobre el desembarco de los ingleses en San Carlos.
En dos helicópteros, que volaron al ras del piso para evitar
radares, los soldados llegaron al pie del monte Simons. Allí, ascendieron con
dificultad y desde la cima pudieron informar de un corredor de helicópteros
enemigos que divisaban.
Capitán Verseci |
A la mañana siguiente, cuando apenas aclaraba, alguien
alertó: "¡Ingleses! ¡Ahí vienen!". Los marines británicos se
acercaban. El teniente Ernesto Espinosa se quedó en el primer piso de la casa
haciendo fuego contra el enemigo para permitir que sus compañeros abandonaran
el refugio. Una granada lo mató y el galpón comenzó a incendiarse. No pudieron
rescatar su cuerpo.
"¡Yo te cubro!", le gritó a su compañero en medio
del fuego británico y las explosiones.
El sargento primero Mateo Antonio Sbert pudo ver, esa helada
mañana del 31 de mayo de 1982, que Medina había sido alcanzado por las
esquirlas de una granada y que el impacto de un proyectil en una de sus piernas
le había sacado parte del peroné. Sordo y aturdido por la granada, casi sin
poder moverse, el soldado seguía disparando. Y, quizás sin saberlo, se
convertía en blanco de los ingleses.
Fue entonces que gritó por sobre el sonido de los M72 LAW
antitanque y de los fusiles lanzagranadas M-79, que lo cubría, que se
arrastrara hasta la zanja donde estaban sus camaradas, que abandonara el puesto
ovejero de Top Malo House donde se habían refugiado la noche anterior que en
esa dramática hora se incendiaba y cubría de humo negro el campo de batalla.
No la vio venir. O quizás sí. Pero no tuvo tiempo de
reaccionar. La granada explotó a metros de Sbert. La onda expansiva tiró su
cuerpo hacia atrás con violencia. "Estaba intacto, la explosión lo había
destrozado por dentro, murió defendiendo a sus camaradas y le salvó la vida a
Medina", recordó conmovido su superior y amigo de años, el entonces
capitán José Verseci, hoy teniente coronel (R).
En ese instante Sbert disparó entre las explosiones para que
Medina pudiera alcanzar la zanja donde los soldados argentinos daban batalla.
Minutos después, que parecieron eternos, su cuerpo quedó tendido en la turba
cubierta de nieve.
"Turco, ¿que me hiciste?", se arrodilló Verseci
junto a su amigo muerto, cuando todo había terminado y los ingleses los habían
hecho prisioneros. "Turco, Turco…".
Los diecinueve marines del Cuadro de Guerra para el Comando
de Montaña y el Ártico, comandados por el capitán Rod Boswell, mantuvieron
posición firme y de respeto ante la desgarrante escena.
"Fue un error guarecernos allí, pero mis hombres tenían
principio de congelamiento en los pies, podía perder a mi gente", admitió
años más tarde el ex jefe de los comandos.
"Después de interrogarnos me vinieron a buscar para
enterrar a Sbert", recordó Verseci años más tarde. El cuerpo del sargento
ya estaba en la bolsa mortuoria. Lo llevaron hasta el exterior de un edificio
que alguna vez había sido un frigorífico, y donde ya había algunas cruces, y lo
enterraron con honores militares.
"Llevo esa cruz conmigo, es un dolor muy grande que
nunca se me ha ido. Estuvimos juntos durante ocho años en el Ejército, éramos
amigos más allá de las jerarquías. Mateo fue voluntario a las islas, quería ir
a pelear, pero yo lo elegí dentro de mi grupo comando para que me acompañara.
Quizás si no lo hubiera elegido él andaría caminando por las calles con
nosotros. El dolor de perder a uno de tus hombres solo se supera con el de la
muerte de un hijo", confesó el teniente coronel en una entrevista radial.
Verseci enterró a su amigo, pero luego de la rendición argentina, el 14 de junio de 1982, los ingleses recogieron los cuerpos de los campos de batalla y construyeron el cementerio argentino en Darwin. El encargado de esa difícil tarea fue el hoy coronel Geoffrey Cardozo.
Sbert había recibido
la condecoración "La Nación Argentina al Heroico Valor en
Combate", que su hijo guardaba como un tesoro, junto a una esquela que le
había dejado el teniente coronel con una cita de Unamuno y una dedicatoria:
"'Vivir se debe la vida, de tal suerte que viva quede en la muerte'. Con
el profundo cariño de un padre. José Vercesi, ex Jefe de la 1ra Sección de la
Compañía de Comandos 602".
En el Espacio de la Memoria, miembros del Equipo Argentino
de Antropología Forense, personal de la secretaría de Derechos Humanos y del
Centro Ulloa, le informaron a la familia que el cuerpo del héroe descansa en
Darwin en la tumba D.A.4.10.
"Estuve con el hijo de Sbert, Maximiliano. Fue un
encuentro muy emotivo, una satisfacción haberlo conocido y entregarle desde el
Estado una respuesta sobre su padre. Estamos poniendo el Estado al servicio de
la gente. Esa es nuestra misión y la vocación que inspira a este plan
humanitario", dijo el secretario Claudio Avruj luego de la notificación.
Veinte años después de Malvinas
Veinte años después de Malvinas, un joven militar tocó el
timbre de la casa del comandante Verseci. Cuando el teniente coronel abrió la
puerta vio a un muchacho grandote, con profundos ojos oscuros, que le extendió
la mano y le dijo: "Soy el hijo de Sbert".
"Maximiliano era el hijo del Turco, era comando como yo
y estaba haciendo un curso en Campo de Mayo", rememoró Verseci.
Al regresar de la guerra había visitado a la viuda y los
hijos de su comando, y con dolor les había relatado cómo murió combatiendo. Los
más pequeños apenas pudieron comprender el heroísmo de su padre, pero
Maximiliano se mantuvo atento y en silencio al lado de su madre.
Los años pasaron, y los traslados y el destino hizo que las
familias, que se habían hecho amigas, ya no volvieran a verse. Hasta que el
timbre sonó esa tarde en la casa de los Verseci.
Con el paso del tiempo Maximiliano necesitó conocer las
islas. Viajó para pisar el lugar de la batalla. Mientras el viento de Top Malo House le golpeaba la cara, guardó en una pequeña bolsa de plástico un poco de
la turba, allí donde su padre había derramado su sangre por la patria.
Al regresar, visitó nuevamente a Verseci: quería compartir
con él la experiencia de ese viaje que lo había movilizado. El destino quiso
que en medio de esas conmovedoras charlas, Maximiliano se encontrara con María
Gracia -"Chachi" para todos-, una de las hijas del teniente coronel.
"Era la rebelde, la que cuestionaba mi profesión porque
sentía que yo había sufrido mucho en la guerra -recordó el militar-, pero fue
quien se ofreció a acompañar a Maxi para hacer paseos por la ciudad".
La guerra los unía, como hijos de ex combatientes sentían
que las esquirlas que habían alcanzado a sus padres -en el cuerpo o en el alma-
también habían lastimado a sus familias.
Maximiliano Sbert y María Gracia Verseci se confesaron el
sufrimiento que la guerra les había ocasionado. Y quizás fue el saber que el
otro comprendía ese dolor lo que los hizo inseparables. Después, sin esperarlo,
llegó el amor. La oscuridad no puede
expulsar a la oscuridad; sólo la luz puede hacer eso, dijo Martin Luther King.
Y así fue: el dolor no podía expulsar al dolor, solo el amor podía hacerlo.
Ellos se enamoraron.
"¡Mi hija con el hijo de Mateo! Mi amigo era un hombre
honrado, leal y valiente -se emocionó el hombre que comandó al heroico soldado
Sbert-. Y nuestras familias volvieron a estar juntas para siempre".
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